Mujer Pantera

Mujer Pantera

Share this post

Mujer Pantera
Mujer Pantera
Hiper-independencia femenina

Hiper-independencia femenina

Nos fuimos al otro extremo. La nueva epidemia silenciosa.

Avatar de Julia Hens
Julia Hens
abr 15, 2025
∙ De pago
45

Share this post

Mujer Pantera
Mujer Pantera
Hiper-independencia femenina
4
9
Compartir

Querida Pantera,

Hace ya unos meses tuve una conversación con un chico que me dejó... a cuadros.

La había olvidado… pero mi mente consciente la rescató hace unos días.

Fue en una comida. Nada especial. Nos habíamos visto dos veces, poca confianza. Mesa compartida, vino tinto, conversación casual.

Hasta que, no sé muy bien cómo, terminamos hablando del cuerpo, del deseo, de la expresión, del “ser demasiado”.

Y de pronto, sin anestesia ni suavizante, me dijo:

—Tú das miedo. Porque no te falta nada.

Así. Tal cual.

Levanté una ceja. Sonreí con la comisura torcida, esa que se activa cuando algo me pica pero no quiero que se note… (aunque se me nota)

—¿Cómo que no me falta nada? —le pregunté, sabiendo que lo que venía podía doler un poco.

Y él:

—Eso, que no te falta nada. No se te ve una carencia por la que colarse. No se te puede rescatar. No se te puede salvar.

Me lo dijo con medio admiración, medio incomodidad. Como si mi (aparente) completitud fuera un problema para él. Como si estar bien con una misma fuera una amenaza.

Me lo dijo como si las mujeres tuviéramos que andar rotas, heridas, desequilibradas, en quiebra o desorientadas para ser más deseables… o mejor dicho, conquistables.

Como si tener hambre fuera más atractivo que tenerse a una misma.

Como si la plenitud espantara.

Y ahí me cayó la ficha, Pantera:

Ser (o aparentar ser) una mujer libre, sana, brillante y conectada con su poder... no siempre gusta.

Porque para algunos hombres —y para algunas personas, en general— es más cómodo que estemos confundidas. Más fácil que estemos heridas. Más útil que estemos partidas en dos o desorientadas o empobrecidas, para que necesitemos que alguien venga a completarnos, salvarnos o mantenernos.

Pero cuando ya te tienes, ya no te pueden vender el cuento.

Y eso molesta.

No sé tú, pero yo he vivido en todos esos lugares. En el hambre emocional. En la dependencia. En la autotraición disfrazada de amor.

Yo he sabido lo que es necesitar validación externa como si fuera oxígeno. He mendigado atención. He confundido ser vista con ser amada. He callado mi intuición para no incomodar. He encogido mi energía para encajar en la palma de una mano que no podía sostenerme.

Pero ya no.

Ahora me tengo.

Y no porque me crea superior, perfecta o impenetrable.

Sino porque me sostengo. Me escucho. Me habito.

Y cuando haces eso... sí, claro que das miedo.

Porque una mujer que se tiene a sí misma no necesita desde la urgencia ni la carencia.

Y en este mundo, Pantera, la necesidad mueve mucha parte de “el juego”. El hambre sostiene el mercado. Las heridas venden. La escasez mantiene relaciones.

Pero una mujer que se alimenta de sí misma...

Es libre.

Y la libertad, a veces, incomoda.

¿Pero sabes a quién incomoda?

A las personas incorrectas.

Así que agradece el filtro. La vida te cuida de lo que no es para ti.


¿Por qué molesta la plenitud femenina?

Porque rompe el pacto tácito que sostiene muchos vínculos:

“Yo te doy lo que tú no sabes darte. Y tú haces lo mismo conmigo.”

Es el pacto de la carencia cruzada.

Tú no sabes poner límites → Yo los pongo por ti (y te controlo).

Yo no sé brillar → Tú brillas por mí (y te envidio).

Tú no sabes amarte → Yo te “amo” (pero te necesito y te manipulo).

Y así seguimos. Negociando migajas. Colándonos por las heridas ajenas para no mirar las propias.

Pero cuando tú haces el trabajo…

Cuando vas a terapia. Cuando aprendes a decir que no. Cuando te perdonas. Cuando dejas de maquillarte el alma para que otro te elija...

Entonces se desarma el juego.

Y muchas piezas caen.

Relaciones. Vínculos. Identidades. Expectativas ajenas. Viejas versiones de ti misma.

Pero en medio del derrumbe... quedas tú.

Solo tú.

Y eso, Pantera, no tiene precio.


Qué ocurre cuando una mujer se tiene a sí misma

Una mujer que se tiene no es fría.

Es cálida, pero no se quema.

Es generosa, pero no se desangra.

Es amorosa, pero no se deja desbordar.

No se enamora del primero o primera que la mira con intensidad.

No confunde intensidad con intimidad.

No persigue. No manipula. No se conforma con una migaja cuando sabe que puede hornearse el pastel entero.

Una mujer que se tiene...

  • Sabe cuándo está actuando desde su herida y cuándo desde su (c)alma.

  • Puede sentir miedo, pero no se paraliza por él.

  • Tiene dudas, pero no se abandona en ellas.

  • Y sobre todo, no negocia su verdad por un poco de compañía.


¿Y cómo se llega ahí?

Esto no es iluminación, Pantera.

Esto es práctica diaria.

Esto es saber cómo volver a ti cada vez que te pierdes.

Aquí van algunos caminos reales (nada mágicos, pero muy efectivos):

1. Aprender a regular tu sistema nervioso

Porque cuando estás en alerta, no puedes escucharte. Estás en supervivencia.

La clave: respiración lenta, naturaleza, pausas sin pantallas, tacto, anclaje corporal…

2. Saber detectar tu patrón de herida

¿Eres la complaciente?
¿La que necesita ser elegida?
(Este era el mío)
¿La salvadora?
¿La perfeccionista?
¿La que huye antes de que la hieran?

¿Puede que varios a la vez?

Conocerlo es poder. Porque así sabes cuándo estás eligiendo desde el miedo y cuándo desde la presencia.

3. Construir una relación interna fuerte

Con tus emociones. Con tu historia. Con tu intuición.

Haz journaling. Háblate en voz alta. Pregúntate: ¿Qué necesito hoy de mí?

4. Soltar el personaje que construiste para ser amada

Esa tú que siempre sonríe. Que nunca molesta. Que se adapta a todo. Que no se permite brillar demasiado para no incomodar.

Suéltala. Te ha servido. Pero ya no te hace falta.

En serio: YA NO TE HACE FALTA.

Lo más salvaje que puedes hacer: no necesitar ser salvada.

Mira pantera, hay una revolución silenciosa ocurriendo…

Cada vez más mujeres están decidiendo volver a casa. A su cuerpo. A su poder. A su ritmo. A su autenticidad.

Y cada vez que una de nosotras se elige… algo cambia en el tejido del mundo.

Una mujer que se tiene a sí misma no es egoísta.

Es medicina.

Porque no necesita herir para sentirse fuerte. No necesita manipular para sentirse amada. No necesita controlar para sentirse segura.

Solo se entrega. Se escucha. Se honra.

Y desde ahí, puede ser, amar y dar sin miedo.


INTERDEPENDENCIA: El mito de la independencia y el regreso a la tribu

Pero cuidado con esto.

No confundas tenerte a ti misma con no necesitar a nadie.
No confundas soberanía con aislamiento.
No confundas autoliderazgo con autosuficiencia emocional absoluta.

Porque si bien no queremos vivir en la dependencia (esa que te arrastra, te anula y te vuelve pequeña), tampoco queremos vivir en la independencia radical, esa trampa disfrazada de empoderamiento que a muchas nos ha dejado solas, rígidas y desconectadas.

Lo que realmente necesitamos es otra cosa.
Un concepto más bello, más humano, más real.

La interdependencia.

La interdependencia no es necesitar desde la carencia.
Es nutrirse desde el vínculo.
Es saber sostenerse sola... y, al mismo tiempo, dejarse sostener.

Es reconocer que no vinimos a esta vida a ser islas.
Que no somos caballos salvajes aislados en el desierto.
Somos manada. Somos red. Somos tribu.


El cuerpo lo sabe: El sistema nervioso no miente

¿Sabes qué es lo que más relaja tu sistema nervioso?

No es el magnesio, ni el yoga, ni pisar la tierra descalza, ni la exposición a la luz solar natural, ni meditar media hora al día.

Es sentirte a salvo en relación.


Mirar a alguien a los ojos y saber que no te va a juzgar.
Sentir que puedes llorar sin que te quieran arreglar.
Pedir ayuda y saber que no te va a salir caro.

Son los abrazos que se sienten casa, porque te relajas entera, te entregas, te rindes…

Lo que dice la neurociencia:
El sistema nervioso se regula por co-regulación.
Esto quiere decir que somos mamíferas sociales. Vamos, que necesitamos vincularnos con otros humanos seguros para que el sistema parasimpático se active.

  • El sistema parasimpático es el que nos devuelve la calma.

  • El nervio vago es su canal más importante.

  • Y lo que lo activa no es la fuerza de voluntad… sino el contacto seguro.

El tono del nervio vago mejora con miradas suaves.
Con abrazos sostenidos.
Con palabras amorosas.
Con una mano que te acaricia el pelo cuando sientes que no puedes más.

No lo digo yo. Lo dice Stephen Porges, creador de la Teoría Polivagal, una de las revoluciones más importantes en neurociencia del siglo XXI.

Porges explica que cuando nuestro sistema nervioso detecta seguridad en otro ser humano, se desactiva la alarma interna. Podemos dejar de estar en alerta. Nuestro cuerpo dice: “Aquí no tengo que luchar ni huir. Aquí puedo descansar”.

Y entonces ocurre la magia que buscamos en tantos tipos de Instagram y hábitos de bio-hacking:

  • Se regula el cortisol.

  • Mejora la digestión.

  • Duermes mejor.

  • La mente se despeja.

  • El cuerpo sana (o enferma menos).


El trauma se gesta en soledad. Pero se sana en relación.

Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días

Suscríbete a Mujer Pantera para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.

Already a paid subscriber? Iniciar sesión
© 2025 Julia Hens
Privacidad ∙ Términos ∙ Aviso de recolección
Empieza a escribirDescargar la app
Substack es el hogar de la gran cultura

Compartir